Las aventuras de una unidad R2 en una nave suicida (parte II)
Eran tiempos adversos para Maese Threepwood, las tropas familiares, encabezadas por mi santa madre, trataban con ansia asesina todo aquello que pudiera suponer una diversión para cualquier miembro de la familia. Los libros de mi padre, borrado sin compasión del Círculo de Lectores, por aquello de embrutecer la sesera con cuentos de caballería, don Alonso, que diría aquel. Las actividades lúdicas de mi hermana, feliz ella saltándose clases con el sano interés por darle a la calada y el trago… y, como no, el cacharro del niño”.
Y es que es así, señores, y siempre lo ha sido; ese raro espécimen que es la madre, y en mucho casos, la novia, parece tener por objetivo el total abandono de aquella actividad que nos resulte divertida. Y a mis tiernos 10/11 años, aquello resultaba un tormento.
Entre mis principales aficiones, se encontraba volver de casa después del colegio, almorzar, pedirle 5 duros a la progenitora para adquirir dos paquetes de pipas con sal de dos duros y un chicle, y tumbarme a ver repetidos los capítulos de Bola de Dragón que grabábamos en VHS. Una vez cumplido el ritual, me sentaba delante del PC a jugar y re jugar a los mismos juegos de siempre, o enchufar mi Nintendo para tirar nabos como si no hubiera día de mañana. En ocasiones, con un arrebato nostálgico (que manda huevos con 10 años), conectaba el Spectrum y más juegos, y más, y más. Y bien… ¿qué queréis? No tenía vecinos de mi edad, era un auténtico gordo friki en un colegio lleno de protocanis. O jugaba, o veía Bola de Dragón, o leía; no tenía más misterio.
Pues todo era incorrecto a ojos de mi madre. Los videojuegos, la televisión, los libros, las pipas, el chicle. Todo era horrible, y todo acabaría por pudrirme el cerebro. Con lo cual, conseguir un juego nuevo era una odisea. ¡Si ya tienes uno!, bramaba. O, ¡pues yo no te veo despegarte de la pantalla, exclamaba. Así que cada nueva incorporación al catálogo videojueguil era todo un acontecimiento en mi vida. Y una incorporación, deseada, esperada y soñada, era poco menos que un aleluya.
Yo sólo tenía una idea en la cabeza. Sin darme cuenta, pasito a pasito, se había introducido en mi psique la extraña necesidad, imperiosa, atormentadora, de jugar a aquel extraño engendro de lentos polígonos y cantidad inmensa de marcadores. El X-Wing.
Horas, días… ¡puede incluso que una semana! (¿os habéis dado cuenta de lo lento que transcurría el tiempo en nuestra niñez?) hacía que mi hermano me prometió jugar al simulador espacial, y el tiempo pasaba, y no volvía, como nos enseñó el gran Samudio. Hasta que, por fin, una tarde cualquiera entre pipas y torneos de artes marciales, llegó la gran noticia.
Orejas.- Apelativo cariñoso que utilizaba el imbécil de mi hermano para llamarme, cosa extraña, ya que nunca me he destacado por el tamaño de las mismas, pero bueno… – Ya tengo el X-Wing, vamos a instalarlo.
¡¡¡Arrrghhhhhhh!!!- Gruñí satisfecho.
Así que, por fin, tras aquella larga espera, comenzamos a instalar aquel hilo de Ariadna que me sacara del laberinto del tedio.
Como en cada juego de aquella época, la instalación casi consumía más tiempo que el propio disfrute del juego en sí, y si tu instalador es el gamer más extraño de la historia, apaga y vámonos.
Y es que, veréis, aquí el amigo Logaran NUNCA, y repito, NUNCA, ha sabido disfrutar de un videojuego, no. Su disfrute era la configuración previa, la lectura sistemática del manual de instrucciones, el cambio de resolución de pantalla doscientas veces, la tasa de refresco. Ha llegado a tocar opciones que ni los desarrolladores sabían que existían. Mi hermano ha conseguido corregir bugs gráficos del videojuego a base de trastear con el puto menú de audio. Era un enfermo, daba un asco impresionante. Yo me veía allí, con un juego nuevo (todo un jodido universo por explorar y disfrutar), y aquello simbolizaba un oasis de libertad, una ruta de escape. Y él se veía allí, con un juego nuevo, y representaba un reto de ceros y unos.
Me ponía enfermo.
Total, que después de interminables configuraciones, trasteos con la memoria, discos de arranque (yo creo que llegamos a almacenar una caja de discos con diferentes especificaciones de partida); que si el speaker es una mierda, que si esto trampujonea, que si sus muertos en vinagre. Por fin echamos a andar el X-Wing. Y para mi se veía como debe verse el paraíso en día de top-less. Aquello era, simple y llanamente, FUCKING GLORY SHIT.
Es decir, seguían siendo polígonos, si. Pero polígonos definidos, que pasaban haciendo woooaoooo a tu lado, mientras pugnabas por controlar los cursores en un vano intento de pegarte a su cola. Láser volando, misiles de plasma. Misiones sin sentido (destruye cuatro cargueros, ¿los polígonos de cuatro lados o los de 6? ¡ESPECIFICA, MÁQUINA!), una gozada. Estaba loco por echarle horas, quería destrozar aquel juego, devorarlo, dedicarle tanto tiempo que el propio universo se colapsara sobre si mismo en un sin sentido de anomalías cuánticas que…
¡Nah! Esto sin joystick es una mierda.
Su puta madre.
De nuevo me vi en una espera interminable. Lo mismo fueron unos pocos minutos, pero de verdad que parecían meses. Mientras Logaran soplaba a nuestro viejo joystick, lo hacía crujir de un lado a otro, lo calibraba, lo conectaba, el juego no lo detectaba, lo volvía a conectar, lo volvía a calibrar… de verdad, me estoy agotando sólo de recordarlo. Y, de nuevo, por fin, parecía que íbamos a jugar.
Mira que bien va, ¡mira!- Decía extasiado mi hermano mientras su X-Wing hacía más espasmos que una adolescente en un concierto de Justin Bieber. – ¡Soy el puto Barón Rojo, muajajaja.
Yo sólo veía como con cada Tie Fighter que conseguía destruir después de 12 minutos tratando de pegarse a su cola, sus escudos caían en picado. Era increíble ver el grado de inutilidad que podía alcanzar con un mando entre las manos. ¿Imagináis a un concursante de Gran Hermano con una probeta, dentro de un laboratorio? Nadie sabe que cojones intenta hacer, y lo único que deseas es quitarle eso que está sujetando. Pues lo mismo. Una oda a la descoordinación.
… me dejas un ratito… – Lagrimeé.
Tu calla, imbécil, que estoy que me salgo… joder… joder… Dios, esto es muy difícil. Son muchos controles a la vez.
Era cierto. Estoy firmemente convencido de que el X-Wing fue diseñado para jugar a dos personas. El único modo en que podías dar órdenes a tus wingmen, o cambiar la potencia de los escudos, o variar el modo de disparo, etc, era soltando el joystick y dejando la nave a la deriva unos valiosos segundos, en los que quizá debieras estar haciendo maniobras evasivas (o maniobras depresivas, como hacía mi hermano)
Enano, ponte con el teclado. ¿Cómo? Venga, vas a hacer de R2-D2
Ahm… ¡qué divertido, si! Pensé.
Yo quería ser el jodido Luke Skywalker y reventar la Estrella de la Muerte, e iba a acabar siendo un bicho cabezón incapaz de subir escaleras.
¡Qué equivocado estaba!