Pixels en el camino: ¡Hazle un Uata!
Factor nostalgia, os suena ¿verdad? Es uno de esos latiguillos que todos los juntaletras amantes de lo retro metemos en nuestros artículos como poco un par de veces.
Y es que mola, ¡para que negarlo! No me diréis que es lo mismo: este juego me gusta por el cariño que le tengo, es que yo jugaba mucho de chico que, por ejemplo: tengo que reconocer que en la valoración positiva ha influido, notablemente, el factor nostalgia. ¡No hay color! Aunque claro, por contra está el hecho de que, al final, acabamos todos sonando como una reunión de gafapastas con ínfulas de literatos venidos a menos. O, como dirían en mi barrio, una panda de gilis que se la cogen con papel de fumar.
El caso es que, en esta ocasión quiero hablaros de un juego muy grande. Enorme. Uno de esos que todo el mundo conoce. Y, aunque le sobran cualidades para ser recordado, creo que si a mí me gusta tanto, es por que me trae recuerdos de mantecados de limón y del run-run de una lavadora…
Pero, antes de empezar con la batallitas del abuelo, hablemos un poco del juego.
Lanzado a mediados de los 80 por la compañía Irem, parece ser que está basado en una película de Jackie Chan: Wheels on Meals. (O, como se la llamo aquí: Los Supercamorristas) En la que Sylvia, interpretada por la guapísima española Lola Forner, es secuestrada por los tipos malos. Obligando a nuestro héroe y a sus dos amigos a enfrentarse a miles de peligros en una mansión de Barcelona donde la tienen retenida.
Es curioso lo que se aprende en la wikipedia ¿eh? ¿Quién me iba a decir, en aquellos años, que esa máquina, a la que pasaba horas y horas jugando, en casa de mi vecino Matías, estaba ambientada en España? ¿Cómo podía yo suponer que esa novia, Sylvia, era más de aquí que la tortilla de patatas?
Consideraciones locales aparte, lo que nadie tenía que decirme, era que el juego era cojonudo. Eso ya lo aprendí yo solito, a base de gastar monedas primero y luego gratis total gracias a los maravillosos mantecados de la marca San Jerónimo. Tranquilos, que ya me explico.
Hace muchos años yo vivía en eso que, al menos aquí en el sur, se conoce como casa mata. Que viene a ser algo así como un chalet adosado. Pero de una sola planta y con mucho menos glamour.
Uno de los vecinos de toda la vida era Matías. Negociante nato, de raza, de los que ya no hay. Yo lo conocí toda la vida con algún negocio entre manos. Siempre buscando el producto perfecto para vender. Lo mismo ponía una tienda de ropa, que vendía colchones de látex o enciclopedias para el niño y la niña.
Sin embargo, al acercarse el mes de octubre, cualquier negocio quedaba aparcado. Empezaba la campaña de los mantecados.
El caso es que, mi vecino, iba alquilando las casas que quedaban vacías en el barrio para usarlas de almacén. Principalmente con vistas a esa campaña de navidad, claro. El resto del año esos almacenes improvisados quedaban vacíos.
Un año, sin embargo, de ese almacén salió el mejor regalo que un niño pudiera recibir en la década de los 80: ¡una máquina recreativa¡ Pero una de verdad, igualita que las de los salones o de los bares.
Resulta que, Matías, realquilo aquella casa por unos meses a un tipo que se dedicaba a retirar máquinas rotas para repararlas o reciclarlas, o algo así. Por supuesto no tardamos en conseguir el permiso y las llaves para investigar a ver si había algo salvable. Ese algo, aparte de unas cuantas monedas perdidas en el fondo de los muebles, fue, ni más ni menos, que una Kung-Fu Máster en perfecto estado de funcionamiento. O casi.
De vez en cuando había que toquetear unos botoncillos, parecidos a esos con los que sintonizaban los canales en las teles de antes, por que la imagen se hacía muy estrecha. Nada que una vueltecilla al botón no pudiera solucionar. Hasta que un día, la imagen, se convirtió en un punto luminoso en el centro de la pantalla y ya ¡ni botón ni leches!
Nuestra querida máquina abandonó su lugar, al lado de la lavadora en casa de mi vecino, para volver al triste almacén. Este hecho, que para Antoñita, la sufrida madre que tenía que soportar diariamente a una caterva de nenes gritando ¡hazle un Uata!, ¡Cuidado con el del cuchillo!, ¡DALE! supuso un enorme alivio. Personalmente lo recuerdo como uno de los momentos más traumáticos de mi adolescencia.
Pero, hasta ese entonces, durante unos meses, fueron innumerables las veces que rescate a Sylvia de las garras de sus malvados secuestradores. O, mas bien, que INTENTÉ rescatar a Sylvia. Debido, ademas de a mi proverbial torpeza, a la ocurrencia del iluminado que pensó, que la forma ideal para que el muñeco saltara, era empujar el Joystick hacia arriba.
Y es que, amigos míos, a pesar del enorme cariño que le profeso a este juego, he de reconocer que adolece de uno de los errores de diseño más graves del que se supone primer Beat´n Up de la historia: El salto.
Por si hay alguien de otra galaxia leyendo este artículo os resumiré brevemente la dinámica del juego. Nuestro personaje empieza a la derecha de la primera planta de las cinco que componen el mapeado. Y tiene que avanzar, derrotando a los enemigos, hasta llegar a unas escaleras, las cuales, y tras derrotar al enemigo final de fase, nos dan acceso a la siguiente.
Nuestros ataques consisten en puñetazos y patadas. Siendo más poderosos los primeros pero sufriendo, por el contrario, de un menor alcance. Cualquiera de estos dos golpes, pueden ser realizados en posición de agachados y en mitad de un salto. Siendo la patada en el aire el golpe mas característicos de todos. El famoso Uata, llamado así por el efecto de sonido que lo acompaña en su ejecución.
Por la parte enemiga tenemos a los hombres y los enanos. Son los más comunes. Aparecen continuamente por los dos lados de la pantalla y se dedican a abrazarnos hasta la muerte. Evidentemente, a los enanos, solo los podemos abatir con golpes bajos.
Luego están los lanzadores de cuchillos. Se dedican precisamente a eso: nos lanzan sus puñales a dos alturas distintas obligándonos a agacharnos o a saltar para poder esquivarlos.
También tenemos serpientes. Jarrones que caen. Mariposas asesinas…Y, por supuesto, los jefes de fase. A saber: El tío del palo, el de los boomerans, El gigante, El mago y El Master.
Los nombres son bastante descriptivos como para poder imaginar cuales eran sus habilidades ¿no?.
El problema es que, para triunfar en el juego necesitamos avanzar rápidamente MIENTRAS saltamos, para esquivar los ataques bajos, y golpeamos, en mitad del salto, para evitar caer en los brazos de los enemigos.
Como ya habréis deducido, en ese MIENTRAS, está el quid de la cuestión. Y es que el juego no responde como debiera al puñetero salto. Este se realiza, como ya he dicho, empujando el Joystick hacia arriba, cosa no tan fácil de hacer cuando lo quieres mantener a izquierda o derecha y avanzar a total velocidad. No es, aunque pueda parecer lo contrario, un movimiento natural.
Y te atascas.
Y te matan.
Si no os creéis lo mucho que puede variar un juego dependiendo del uso de los controles, haced la prueba. Configurad el MAME de modo que, el salto, se realice con cualquier botón de disparo y volveréis a disfrutar del Mantra Salto-Disparo como en cualquier otro Beat´n Up que se precie.
En cualquier caso un juego mítico. Cualquiera que haya escuchado su melodía la recordara para siempre. Eso sí, estoy seguro de que me encanta, no por lo bueno que es sino por la influencia del factor nost.. Estooooo, por lo mucho que lo jugué siendo chico.