Una infancia Destruida
Basta leer las redes sociales después del lanzamiento de algún producto largamente esperado para encontrarnos con una cantidad inusitada de confesiones que pondrían los pelos de punta a Anna Frank. Expresiones del estilo: "me han jodido la vida", "han acabado con todo lo que X significaba para mí", "¿¡qué han visto mis putos ojos!?"; y más, y más, y más. Uno imagina a los autores de tales sentencias arrodillados cual Charlton Heston al final del Planeta de los Simios, ya sabéis: "lo habéis destruido todo". O bien se lo imagina cual Abe Simpson gritando a una nube, que también. Pero claro, hemos de tener en cuenta que hablamos de gente con infancias destruidas, adolescencias jodidas y juventudes amargadas; gente con severos problemas que no hay que tomar a risa. Quizá entonces mejor los imaginamos encorvados sobre un viejo 486, aprovechando el WiFi cercano de un vecino distraído, al frío de una oscura tarde invernal, abrigados con una manta raída y bebiendo los últimos sorbos de una Coca Co... mejor de una Mirinda, que sabe a juventud. Imaginemoslos desnutridos, enfermos, necesitando urgentemente algún medicamento de esos que acaban en 'pan' para poder dormir. Y echemos la vista atrás.
Esa ruina humana, ese pobre personaje que describí en el párrafo anterior -el enfermito de la Mirinda, no el Charlton Heston que grita a las nubes- tuvo una infancia. Una infancia feliz, rodeado de amigos, familiares y entretenimiento audivisual. Y centrémonos en lo último. Nuestro personaje relaciona su infancia con la felicidad. Y relaciona la felicidad con su entretenimiento. Y su entretenimiento con personajes ficticios. Pongamos un nombre cualquiera, pongamos que su entretenimiento se llamaba Luke; y así, siguiendo con teclas azarosas, digamos que se apellidaba Skywalker. Nuestro enfermito adoraba a Luke, y a toda la gente que acompañaba a Luke en sus aventuras; pero claro, era un niño, y no sabía que Luke en realidad era un personaje de mentira, y si lo sabía no le prestaba atención. No pensaba -joder, ni siquiera le importaba- que lo que decía Luke lo decidía otro señor al que imagino prepotente y con papada, pero eso son cosas mías. A nuestro bebedor de Mirindas con problemas de insomnio se la traía absolutamente al fresco que Luke fuera un remedo de otros personajes de otras historias. A él le gustaba porque usaba magia. Le gustaba porque peleaba con espadas y le gustaba porque volaba en naves espaciales. Y en su infancia, nuestro personaje, cogía palos sucios del suelo sin quejarse al inclinar la espalda ni nada; y los sacudía en el aire haciendo ruidos con la boca -"fiuuu", "piuuuu", "fuuuun"- y era feliz. Y no tenía problemas para dormir, ni se preocupaba del WiFi del vecino, y le importaban tres pares de cojones que Luke cambiase repentinamente de personalidad de una peli a otra. Se la soplaba que la magia de Luke fuera tan inconsistente como sus excusas por las notas del cole. A nuestro amigo no le podían destruir la infancia, y no podían porque su infancia era ahí y ahora, y tenía a Luke, tenía un palo, y amigos, y no le dolía la espalda, y dormía bien.
Y ahora volvamos al presente. Mientras apura el último sorbo de su refresco -seguramente caducado, para que engañarnos- el ex niño de los palos y las notas académicas regulares se mete en un foro de Internet. Descubre, sin asombro alguno, que están hablando de las nuevas aventuras de Luke, 40 años después, y decide que es suficiente, decide que ya-está-bien-hombre-es-hora-de-poner-las-cosas-en- su-SITIO. Y teclea. Y lo suelta todo.
"Este no es Luke Skywalker (este Luke Skywalker no es el mismo que yo veía de niño). La magia que usa no tiene sentido (nunca lo tuvo, pero antes no me importaba). Está viejo y cansado, él nunca estaría así (yo estoy viejo y cansado, pero yo tengo motivos, los seres de fantasía no, por favor, nononono). Maldita compañía, me habéis destruido la infancia (soyviejosoyviejosoyviejosoyviejo)."
Al instante, cientos de respuestas le dan la razón, cientos de voces anónimas que le apoyan, le sujetan virtualmente la mano y le dicen que no está solo. Y nuestro amigo sonríe cansado. Sin imaginar que esas cien voces están apurando su Mirinda y rezando porque el vecino no ponga contraseña. Voces anónimas de cuerpos anónimos que se meten en la cama soñando con un palo.
Y quien dice con un palo, dice con una escoba. Una escoba que acude mágicamente a tu mano mientras observas las estrellas. Al final y al cabo, eres un niño y puedes soñar con lo que quieras.