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Cocodrilo Dundee – Crónica de un recuerdo nebuloso

Cocodrilo Dundee

Vi Cocodrilo Dundee en VHS, alquilada en uno de los primeras cintas que alquilamos de las de punto rojo, es decir, novedades y, por lo tanto, mas caras. No fue en el 86, ni de coña. Por entonces, la distancia entre el estreno en cines y su llegada a los videoclubs era un abismo. Podías empezar la EGB y acabarla antes de que la película que te interesaba asomara por la estantería del Videoclub Arango. Lo de verla en el cine ni me lo planteé, y en televisión... bueno, como solemos decir en Teleindiscretos, antes de que llegaran las privadas, el cine en la primera y la segunda cadena era clásico. Pero no clásico en el sentido de Casablanca, no. Clásico de cuando tu padre todavía jugaba a las canicas.

La peli me impactó. Y no por la acción, que no tiene mucha (dos tiros y un puñetazo, para ser concretos). Ni por la historia, que es bastante esquemática. Me atrapó el personaje, claro. Ese tipo rudo, de hombre de campo, que parecía capaz de enfrentarse a cualquier peligro con su cuchillo gigante y su sombrero de ala ancha con adornos a base de los dientes de algún bicho. Al fin y al cabo, yo siempre quise ser boy scout, aunque lo más cerca que estuve fue aprenderme de memoria El manual de los jóvenes castores. ¡En serio!, a día de hoy, todavía sabría hacerme una mochila con unos pantalones vaqueros y un cordel. Habilidad insustituible que, estoy seguro, me habrá de sacar algún día de un apuro... Pero claro, tenía una madre que no veía con buenos ojos eso de dejar a su hijo dormir en medio del bosque, bajo la tutela de unos señores adultos en pantalón corto y con pañuelito al cuello. Según ella, estaba más seguro con los curas del colegio. ¡Ah, la inocencia…!

Dundee en la ciudad

No volví a ver esta peli desde entonces. En mi cabeza era una cinta molona, aunque lo que realmente recuerdo con más cariño no es la película en sí, sino el juego de la Nintendo, Las aventuras de Bayou Billy, que en mi mente era exactamente el mismo personaje, aunque tuviera más que ver con Comando que con este australiano pacífico y campechano.

Ahora que la he vuelto a ver, he comprendido por qué no tenía grandes recuerdos: ¡es que no hay mucho que recordar! Me sigue pareciendo simpática, sí, y me ha gustado. Pero es evidente que esta película se aguanta única y exclusivamente por el carisma de Paul Hogan y la química con su coprotagonista. El resto es una sucesión de gags amables y situaciones simpáticas, a medio camino entre la comedia romántica y el sketch largo de televisión.

Y hay un punto que me ha sorprendido más de lo que recordaba: la inocencia de Cocodrilo Dundee. No es ya que venga de la selva, es que a veces parece que lo han teletransportado directamente desde la aldea de los Osos Amorosos. Su candidez roza en ocasiones la estulticia. Llamadme cínico y descreído, pero me cuesta más creer que un rudo australiano no sepa reconocer la noble profesión de dos prostitutas en Nueva York, que el hecho de que sea capaz de dormir a un búfalo mirándolo fijamente mientras pone los deditos asín. De verdad, entre eso y que se asombre como un niño cada vez que ve un semáforo, hay momentos en los que más que un habitante del páramo parece un adulto disfuncional criado por dibujos animados.

Paul Hogan

Me ha resultado imposible no pensar en Big (1988). Y no solo por el tono amable o el aire de cuento urbano. Es que las similitudes entre personajes y dinámicas son demasiado evidentes para ser casualidad. En ambas, el protagonista es un personaje profundamente inocente, lanzado de golpe a la jungla de asfalto —Nueva York, claro— y que, sin pretenderlo, desarma al entorno con su sinceridad, su espontaneidad y su falta de doblez. Tanto Dundee como Josh (Tom Hanks en Big) no entienden las normas del mundo adulto, pero precisamente por eso se convierten en espejos que obligan a los demás a enfrentarse con la falsedad y artificio que les rodea.

Ambos generan triángulos afectivos similares: Dundee irrumpe en la vida de una periodista comprometida con un Yupie de manual, cínico y con gomina, al que deja descolocado. Josh, en Big, hace lo propio con Susan y su prometido. Y para rematar, ahí están los padres simbólicos: el padre de la periodista en Dundee, y el entrañable presidente de la juguetera en Big, que representa esa figura adulta capaz de conectar con la pureza del protagonista y legitimarla. Como digo, demasiadas correspondencias estructurales y emocionales como para que todo sea pura coincidencia. Vamos, que los guionistas de Big habían visto Cocodrilo Dundee mas de una vez. ¡Seguro! (Que no es raro, claro, Cocodrilo la había visto todo Dios, al fin y al cabo fue la segunda peli mas taquillera de su año, solo un poco por detrás de Top Gun)

Aun así, Cocodrilo Dundee se siente menos redonda, más improvisada. Tal vez porque lo es. Pero tiene ese encanto de película que no aspira a mucho y, precisamente por eso, consigue colarse en la memoria. Es ligera, simpática, un poco boba —sí—, pero inofensiva en el mejor sentido. Una peli que te deja con una sonrisa, aunque no sepas muy bien por qué.

Vedla. No os cambiará la vida, pero tampoco os la estropeará. Y si os pilla con buen humor, incluso os sacará una sonrisa. Una cinta ingenua, como su protagonista, que sobrevivió a los 80 sin hacerse mayor. Y eso, visto lo visto, es casi heroico.