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Capítulo IV - La cueva de la lectura.

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La cueva de la lectura

¡Ya son las 11, Johnny! - La voz de mi madre, dulce, distante. Un ratito más, mami...- Mi voz, infantil, cansada. Acabo el capítulo y lo dejo, te lo prometo. ¿El mismo capítulo que ibas a acabar hace una hora? - ¿Es el eco de una risa lo que escucho tras su voz? ¡Anda y a dormir, jovencito.

Abro los ojos, tengo un libro entre las manos, ¿lo estaba leyendo? Mami... Mi voz, adulta, cansada. Entre mis manos no hay nada, son solo diez dedos temblorosos intentando aferrarse a algo que estuvo allí hace años, demasiados años. Jo, mami...

Mi voz infantil, un suspiro, el libro que aparece y una linterna que apago con dedos firmes. Oscuridad absoluta y momentánea. Con un nuevo quejido de honda, profunda, y absurda pena -esa pena que sólo los niños de ocho años pueden sentir- aparto de un manotazo las sábanas de mi cueva de la lectura. De esa pequeña fortaleza de la soledad en la que sólo estábamos un libro y yo, compañeros inseparables de aventuras.

Delante mía está mi habitación, adulta, desordenada. Huele a suciedad, huele a miseria. La ventana vuelve a tener las persianas echadas; pero el hombre seguirá allí, en su piso, observando con esa sonrisa.

(Y ese asentimiento)

Y ese asentimiento de satisfacción cuando me quité...

(Los tubos)

...de delante de la ventana y me sumí de nuevo en mi sueño. En esos sueños en los que escucho a mi madre reír, y en los que me riñe por seguir leyendo en mi cueva de la lectura. De repente un terrible dolor punzante me atraviesa las sienes y me hace gritar. Aprieto los dientes todo lo fuerte que puedo y un hilillo de sangre se escurre entre mis sucios incisivos superiores. ... y si te digo que es hora de dormir, es hora de dormir...

Mamá, enfrente de la ventana. Descorre las cortinas con un gesto mil veces visto. Desde la cama, con la cabeza apunto de explotar y la sangre goteando en mi mentón, imagino al hombre con su sonrisa atroz. En su gris ventana de mi barrio gris... ¿Johnny?

La voz de mi madre, tan dulce, ¿cómo puedo sentirla tan cerca en un este sueño terrible? ¿Cómo escucharla mientras la sangre sigue resbalando de mi boca y las sienes me producen un dolor tan terrible? Johnny cariño, ¿estás bien? Estás pálido -Mi madre se inclina sobre mí con cara de preocupación.

Temo abrir la boca y escuchar mi voz ronca y cansada, pero no puedo evitarlo. Mami, tengo miedo, tengo mucho miedo.

Mi madre sonríe, en una expresión que ya he visto, pero nunca en ella. En una sonrisa blanda y desagradable. Noto como la piel se le desgarra. Tengo ganas de llorar, tengo ganas de gritar, pero no puedo. Poco a poco, el rostro de mi madre se va convirtiendo en el del hombre de la ventana. Claro, cariño -El hombre habla con la voz de mi madre.Tienes miedo porque no te has quitado el tubo de la cabeza, ese que acaba en pico.

Me palpo con dedos temblorosos y lo noto, en la nuca, un tubo metálico del tamaño de mi pulgar, rígido, se introduce en mi cerebro. Quítate el tubo, amor, y te dejo leer un poquito más -El hombre se inclina sobre mí y me acaricia la frente sudorosa. Pero sólo un capítulo, ¿de acuerdo?

No quiero mirar al hombre, no quiero oír la voz de mi madre en sus labios finos y desagradables. No quiero ver sus orejas grandes y peludas tan cerca mía. No quiero sentir este dolor. Sólo quiero dormir y despertar, y dormir, y despertar. Con un fuerte tirón, arranco el cable de mi cabeza. Y me duermo. Y me despierto. Siento el cable en mi mano, los ojos me pesan; pero me siento caliente y a salvo, debajo de mis sábanas, en mi cueva de la lectura. ¿Mami? -Siento la boca pastosa y la lengua pesada ¿Mami?

Con trabajo, consigo abrir los ojos tan solo una pequeña rendija. Al mismo tiempo noto una pequeña corriente de aire, alguien ha apartado las sábanas de mi cueva de la lectura. Consigo mover los brazos. Y las piernas. Flexiono los dedos. De repente siento fuerzas, muchas fueras. Me siento más vivo de lo que nunca había estado. Dios mío, lo hemos conseguido -dice una voz extraña-, ¡está despierto!

Veo un rostro que se inclina sobre mí y la cólera que llevo tanto tiempo reprimiendo fluye por todo mi ser. Aprieto con fuerza el tubo que todavía tengo en mi mano, con la otra atraigo ese rostro -primero sonriente, luego aterrado- a mi cueva de la lectura y le clavo el final del mismo en el ojo izquierdo. Varios líquidos impregnan mi mano y mi rostro. ¿Sangre? Seguro. ¿Cerebro? No lo se. Algo debe ser el globo ocular que he sentido reventarse. Curiosamente la sorprendida persona que me ha molestado, no ha gritado ni un instante. Apenas un leve "ugh" antes de morir. Fácil. Tu no eres mi mami.

Salgo de mi cueva de la lectura. Que al final resulta ser una especie de cápsula metálica en la que entran docenas de tubos, esos tubos que llevo arrancándome días, o semanas, o años. A quién le importa. Me encuentro en una sala gigantesca, con cientos de cápsulas como la mía. Con desdén, aparto el cadáver de mi antigua cueva de lectura y lo dejo caer contra el suelo. Lleva una identificación prendida en una bata blanca.

Muy bien, señorita Vásquez. ¿Y dónde está el hombre de la ventana?